Look what it's done to your friends, their memories are pretend and the last thing that they want is for the feeling to end.

sábado, 27 de abril de 2013

In memoriam

Llevo toda la vida echándote en falta.
Sin comprender por qué no estabas, por qué nosotros no éramos como las otras familias del colegio.
Siempre me he preguntado por qué. Por qué nosotros. Por qué tú.
No me perdono haber olvidado tu cara.
Tampoco esconderte hasta el punto de que casi ninguno de mis amigos y conocidos sepan nada.
De pequeña hablaba de ti con pena y los otros niños no me creían.
Aprendí a guardar silencio.
Pero puede que el silencio sea demasiado pesado.
A veces siento que necesito contárselo a alguien.
¿Pero quién quiere oír la historia más triste del mundo?
¿Quién quiere cargar con un peso así?
¿Cuál es el momento adecuado?
No hay momentos para contar tragedias ni personas que quieran oírlas.
Supongo que algún día tendré también yo que hacer preguntas, aunque me temo que las respuestas no disiparán el enigma.
Te quiero mucho y me odio por no guardar ningún recuerdo tuyo.
Te echo de menos, Gonzalo.
Cada día.

sábado, 13 de abril de 2013

You rebel.

Miré hacia el futuro a través de una lente color miel.
Era un futuro que tenía un poco de pasado, algo de deseo y nada de porvenir.
Una sola cara al sol perezoso.
En ese futuro te escondes tras una barba cerrada.
Y sigues sonriendo igual.

jueves, 11 de abril de 2013

Naturaleza


En aquellos últimos instantes de su vida, cuando su pecho ansioso y fatigado se esforzaba por robar al aire las últimas bocanadas secas y polvorientas que fueron la causa última de su muerte, Tristán del Tártaro recordó aquellos tiempos felices que tanto añoraba y que habían huido de él sin reparo alguno. En aquellos días de juventud aún tenía la frente despejada y morena y se le conocía como Tristán de los Campos de Maíz.

Tristán había pasado sus mejores años trabajando la misma tierra compacta y oscura que, a cambio de horas de sudor, le había dado los más hermosos maizales de la región, los que daban la harina más fina y amarilla. Durante docenas de meses había trabajado cada día, tomándose apenas un descanso los domingos para oír misa y pedir a Dios que no se demorara la estación seca, tan necesaria en aquella tierra de lluvias que llegaba a pudrir sus cosechas de pura humedad.
La naturaleza era generosa y exuberante en aquella región, no faltaban lluvias ni nutrientes en los suelos, que recibían agradecidos el duro trabajo de los labradores, a quienes tanto el amanecer como el anochecer los sorprendían con la espalda doblada y las manos enrojecidas de la escarcha. El viento helado del norte, empujado en violentas rachas desde el mar embravecido, había acabado por borrar los labios de Tristán, que eran poco más que una línea fruncida, seca y curtida.
Tristán amaba a su tierra del mismo modo que otros amaban a sus esposas, con un amor irracional e incondicional por el que habría estado dispuesto a dejarse matar, siempre y cuando su cuerpo sin vida fuese enterrado en aquella parcela, para así fundirse con ella y alcanzar la inmortalidad brotando en forma de mazorcas de granos dorados.
Si le hubiesen dicho que habría de ser él quien arrasase su idolatrado fragmento de naturaleza con sus propias manos, que habría de ser él quien envolviese su única herencia en un torbellino de llamas despiadadas y voraces, se habría reído con su risa profunda, que le resonaba en el pecho con vibraciones de guitarra española.
Aquella triste madrugada que, encañonado y tembloroso, arrojó el fósforo prendido a sus desprevenidos maizales tuvo la tentación de arrojarse a aquel portento de flamas y así arder con él, consumirse antes de perder lo único que ansiaba: que sus restos descansaran en aquella tierra reposada. Pero los enviados del gobierno no se separaron de Tristán hasta que el fuego se murió de hambre y su tierra amada quedó negra y arrasada, seca en su superficie y yerma hasta varios metros de profundidad, donde la vida se agazapaba asustada.
Antes de marcharse, aquellos peleles uniformados le informaron de que aquel terreno no solo no era suyo, sino que nunca lo había sido, y le hablaron de complejas figuras jurídicas y de expropiaciones con carácter retroactivo, por las que no se recibía indemnización, pues en ellas figuraba que la tierra siempre había pertenecido al Estado. Tristán ni siquiera intentó comprender cómo era posible que lo que el día anterior era suyo desde entonces, catorce de noviembre, formalmente jamás le hubiera pertenecido, no, se limitó a meterse en la cama hasta casi consumirse de pena.
Atrás quedaron las camisas blancas de lino, el sudor ardiente de las siega, el bronce en la piel, las pestañas quemadas, los músculos torneados y las canciones populares. El movimiento ondulante y perezoso de las plantas de maíz, el suave brillo estival, el tacto de la tierra húmeda y la aspereza de las herramientas se convirtieron en meros fantasmas coloreados que visitaban a Tristán en las tediosas horas en la fábrica.
Tristán se había convertido en un obrero de la metalúrgica que el gobierno había levantado en aquella parcela que ni era ni había sido nunca suya, una ridícula argucia legal que, a medida que los recuerdos perdían color como las caracolas deslavadas por el mar, había comenzado a creer.
Las monótonas horas de alienación le habían secado los ojos y la piel, convirtiéndolo en un ser gris y atormentado de salud débil y huesos quebradizos. Si no se dejaba morir, era porque sabía que aquel monstruo que escupía humo y hollín estaba ocupando su legítima fosa.
Cuando ya no le dolía ver el cielo cubierto de polvo espeso, cuando la lluvia abrasadora había dejado de causarle temor, cuando se había acostumbrado a ver seco el lecho del río, cuando casi se había convertido en ciudadano de aquel horrible lugar que solo podía ser el Tártaro, Tristán pestañeó y ya no pudo moverse. No le dio tiempo a comprender qué había sucedido, ni siquiera pudo alegrarse por el derrumbamiento de aquel gigante de hormigón, solo fue consciente de cómo sus pulmones se llenaban de densas volutas negras de veneno ácido, tan distinto a la brisa que tanto añoraba.
Tristán desapareció en la negrura polvorienta que había acabado también con sus queridos maizales, si bien no pudo cumplir su última voluntad de descansar con ellos, al menos sus muertes fueron idénticas. Pero a Tristán del Tártaro se le negó la inmortalidad que le habría dado fundirse con la tierra; no hubo renacer dorado al sol, solo hubo muerte estática y carbonizada.

domingo, 7 de abril de 2013

sábado, 6 de abril de 2013

Delirios marítimos.

Fue una fracción de segundo.
Un engaño de mi subconsciente, que cambió posiciones y perspectivas.
Y creí ser una carabela.
Recuerdo cómo el corazón casi se me sale del pecho. Aunque para entonces ya había pasado un segundo y cada barco había llegado a su puerto correspondiente.
Y yo, como siempre, soñando con ser polizón, pero anclada en la costa, observando los navíos zarpar.
Hinchando las velas de libertad.
Y el capitán despidiéndose a lo lejos.
Sonriendo.
Porque no deja nada atrás.

viernes, 5 de abril de 2013

Flashbacks

Portazo.
Le tiemblan las piernas.
También los brazos.
Las sacudidas le entorpecen.
Se deja caer en el suelo de madera y se quita el abrigo. Se muere de calor y de frío a la vez.
Más temblores.
Un fogonazo de luz y la habitación desaparece. Está en un prado oscuro. Tiene las manos húmedas.
Un nuevo fogonazo y reaparece en la habitación.
El flashback le asusta. Teme estar perdiendo la cabeza.
Más luz. Está cavando con las manos en la tierra mojada. Tiene rotas varias uñas. Le duelen. Por la cara le resbala sudor, lágrimas, mocos y sangre.
Luz. Se incorpora del suelo y atraviesa el pasillo hasta el baño. El espejo es pequeño y está sucio, pero puede ver el aspecto lamentable que presenta.
Temblores. El dolor agudo de las manos, los brazos, la pierna derecha y la espalda le perfora sin piedad.
Cuando gira la llave del grifo, los azulejos blancos llenos de mugre en los que fija la mirada se desvanecen.
Está sudando mucho bajo el anorak de plumas. No pensó que aquello fuera a cansar tanto. Empieza a lloviznar y se desespera bajo el embarazoso abrigo que coarta sus movimientos. Ya queda poco.
El grifo reaparece. Las tuberías hacen un ruido ruinoso mientras sale agua ardiendo. Mete las doloridas manos bajo el chorro y maldice. La pila se tiñe de rojo. Agarra con rabia el áspero jabón y se frota meticulosamente cada centímetro de las manos. Parece un cirujano antes de entrar a quirófano.
Fogonazo. Tiene los brazos cerrados. Algo se revuelve entre ellos con fuerza. Casi consigue soltarse. Pero él junta más los brazos. Suena un desagradable chasquido. Llega la calma y puede relajar los músculos.
Luz. Se está escaldando las manos, pero no le importa, el agua es demasiado agradable para parar. Se saca la camiseta por la cabeza de un tirón violento. Se pasa el jabón por el pecho y el abdomen con rabia, se enjabona cada centímetro del tórax y la espalda. Sienta demasiado bien. Se arranca el resto de la ropa y continúa. 
Pestañea y vuelve al prado. Los ojos inertes le miran sin ver.
Fogonazo. Se está aclarando todo el cuerpo en el pequeño lavabo y está inundando el suelo. Más agua caliente. Vapor. La piel se le pone roja, los marcados músculos brillan jabonosos. Casi puede sentir los capilares dilatándose, confiados por el calor.
Luz. El cuerpo pesa mucho, lo lleva a la espalda descuidadamente, se le escurre, le golpea penosamente.
Destello. El pequeño baño cochambroso es una nube de vapor. Ya se ha limpiado el cuerpo, pero aquello no basta. No, no es suficiente. Si por lo menos parasen los flashbacks, podría...
Luz. El cuerpo se cae, se golpea con fuerza contra la hierba. Llueve.
De nuevo en el baño. Una cuchilla de afeitar. Se rasura la cara. También el pecho. Luego decide no dejarse ni un pelo en todo el cuerpo. El de la cabeza es demasiado tupido, se resiste. Pero no insiste, ya se ha dado cuenta de que tampoco eso basta. No, no es suficiente.
El prado. Paladas chorreando barro. El cuerpo desaparece en la fosa. Suda, le duele la espalda.
Fogonazo. Necesita purificarse. Más aún. No basta con limpiarse y afeitarse, la suciedad está dentro. Dentro de sus venas. Primero rasga un poco el dorso de la mano. Unas gotas rojas se deslizan. Usa una mano como paleta y la otra como pincel.
Destello. Está aplanando el terreno. El hoyo no era muy profundo. Teme que lleguen perros y remuevan el descanso del muerto. Ya no hay tiempo para cavar de nuevo.
Reaparece el mensaje en el espejo. Las letras rojas son claras. Unas coordenadas geográficas exactas. Que lo encuentren, cuando amanezca ya no importará.
Luz. Está huyendo. Desciende por la falda de la montaña atropelladamente. Se tropieza y se cae. Rueda colina abajo. Ojalá se diera con una roca y acabase el calvario.
Rojo. Mucho rojo. Rojo que mana sin cesar. Corazón acelerado que acelera el sangrado.
Más rojo. Parece que nunca va a terminar.
Termina. Ya se ha purificado.
Se queda frío y blanco.
Ella lo encuentra horas después, cuando ya ha amanecido. Le parece nieve recién caída.
Le besa la frente.
Es mejor así.
Levanta la mirada en busca de algo con lo que cubrir la nieve virgen, como si los muertos conservasen el pudor. Entonces ve el espejo.
Las letras son tan claras que duelen. Las coordenadas, también.
Grita.
Corre.
Portazo.

lunes, 1 de abril de 2013

Tiempo de entrenar el corazón.

¿Con qué sueña? ¿Qué espera? ¿Qué le da fuerzas para continuar?
Ahora tiene que aguantar. Cada día tiene que luchar por salir de la cama. Aprieta los dientes y sigue. Tiene que ponerse cabezota y no parar. Es tiempo de entrenar la mente.
Pero no durará para siempre.
Ella sueña con días soleados, labios salados, pasar páginas, dar vida, renacer. 
Sueña con correr y correr. No parar nunca. No mirar el reloj.
Sueña con cansarse y sudar.
Llorar con el pulso acelerado y las piernas como patitas de alambre temblorosas.
Persistir.
No rendirse.
Sentir el músculo latiendo rítmicamente en el pecho. Con golpes húmedos y profundos. Seguros. Resonantes. Vibrantes y regulares. Bum Bum. Bum Bum. Aguantando. Dándole fuerza para seguir.
Ella sueña con un tiempo de entrenar el corazón.