Look what it's done to your friends, their memories are pretend and the last thing that they want is for the feeling to end.

sábado, 29 de septiembre de 2012

The Vaccines

I can barely look at you, 

Don't tell me who you lost it to.

Didn't we say we had a deal?

Didn't I say how bad I feel?

Everyone needs a helping hand;

Who said I would not understand?

Someone up the social scale

for when you're going off the rails, have

Post break-up sexthat helps you forget your ex.

What did you expect from post break up sex?

Leave it 'til the guilt consumes

I found you in the nearest room

All our friends were unaware

Most had just passed out downstairs.

To think I'd hoped you'd be okay,

Now I can't think of what to say,

Maybe I misunderstood,

But I can't believe you're feeling good, from

Post break-up sexthat helps you forget your ex,

What did you expect from post break up sex?



The Vaccines, Post Break-up Sex

Tavira

Tenía las yemas de los dedos arrugadas después de varias horas lavando sábanas en el río Gilao. Estaba arrodillada en las escaleras de la puerta trasera de la casa, que daban directamente al río cuando el caudal era suficiente, si no, bajo las escaleras se formaba un peligroso precipicio de varios metros. Las sábanas formaban siluetas ondulantes en el agua cristalina y los peces se paseaban entre ellas como si quisieran jugar. Las sábanas eran de holanda, con puntillas color crema y bordados de motivos vegetales.
Las manos de ella se habían blanqueado de tanto lavar con tosco jabón y de tanto frotar contra los escalones, cuyos azulejos antaño azules estaban visiblemente erosionados. Blancas sus manos, blancos los azulejos.
Cuando hubo terminado, colocó todas las sábanas escurridas en un cesto de mimbre mientras su imaginación volaba hacia canastillas y pañales perfumados, cargó el bulto apoyándolo en la cadera y se incorporó. Se mareó levemente por el movimiento brusco y extendió el brazo que tenía libre instintivamente, en busca de un saliente del que agarrarse. Con la vista nublada y desequilibrada por el mareo como estaba no acertó a sostenerse en ningún sitio y la gravedad la atrajo hacia sí, directamente al Gilao, que estaba en calma. Sin embargo, pese al vértigo que sintió en el pecho y que le indicaba que caía, no cayó en las templadas aguas del río de Tavira, un brazo fuerte la había sujetado por la cintura.
Cerró los ojos con fuerza y, al abrirlos, las nubes negras se disiparon y volvió a ver. Se encontró frente a frente con el señor de la casa, el señor Da Costa. La impresión fue tan fuerte que aflojó la presa alrededor del cesto, que se precipitó al río. Ninguno de los dos se preocupó de la ropa.
- Obrigada
Él la soltó y ella se apartó, abriendo los ojos como platos y visiblemente asustada.
Él la escrutaba con intensidad, intentando obtener la verdad directamente de los ojos negros de la sirvienta, como hacía siempre que creía que ella no lo veía. Y, también como siempre que se daba cuenta, ella apartó la mirada.
La sirvienta se dio la vuelta en un claro amago de marcharse lejos de su señor y su perturbadora presencia.
- Maria.
Ella se volvió y se enfrentó a los ojos del terrateniente, de un profundo color verde parecido al del fondo de un estanque. Una racha de viento proveniente del sur los envolvió, disparando los rizos de Maria hacia atrás, así como la falda de su vestido, que ondeó hacia el norte. La verdad se liberó. La sospecha se transformó en certeza y las fantasías macabras en crimen pasional.
Maria nunca dejaría de ver ese verde profundo y musgoso de los ojos de su señor, que se convirtió en una visión estática y eterna.
El señor Da Costa corrió a la iglesia la mañana siguiente al encuentro con Maria y obtuvo el perdón de la jerarquía donando una importante suma como penitencia por lo confesado al sacerdote, pero no obtuvo el perdón de Dios, que, con ojos llorosos, le dio la espalda.
Los vecinos del pueblo organizaron partidas de búsqueda ante la desaparición de la joven, pero nadie volvió saber de ella.
¿Dónde estaba Maria?
Maria había ido a buscar las sábanas de holanda, y dormía envuelta en ellas con los ojos abiertos fijos en el verde musgoso del lecho del Gilao, que ocultaba el doble crimen. 
La muerte fue la cuna del heredero del señor Da Costa, que durmió dentro de su madre sin llegar a ver la luz.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Una batalla en la que la posible victoria amargó la derrota.


William era una estrella que brillaba con la luz de la divinidad, un dios en quien creía de una manera casi blasfema.
Una idealización.
Un modelo que seguir.
Un imposible al que aspirar.
Una batalla perdida de antemano que no despertaba ningún tipo de esperanza que se pudiese ver frustrada después.
Y un día, llegó el eclipse.
Dios murió, como dijo Nietzsche, o mejor, se apagó.
Busqué el planeta que lo había ocultado.
El océano que había consumido el incendio portentoso de la deidad.
El terremoto que lo había ocultado bajo tierra.
La explosión que lo había hecho estallar en mil pedazos.
La materia oscura que lo había cubierto con su manto.
El demonio que lo había derrotado.
Pero no encontré nada de esto.
¿Cómo había podido desaparecer así, sin más?
Una piedra golpeó el suelo yermo y cuarteado. Rebotó una y otra vez hasta llegar a mis pies.
La piedra era la asesina, la que había apagado mi astro, pensé.
Pero me equivocaba.
Apareció un ser, el ser que había lanzado la piedra. El asesino.
No era un dios, un demonio, una fuerza natural, una materia desconocida. Era un hombre.
No mentiré, fui como los fariseos, esperaba una encarnación de un ente superior y encontré un simple igual, como les ocurrió a ellos, que esperaban un Mesías y les llegó un niño.
Un simple hombre.
¿Cómo había acabado con William?
Nunca lo supe, ni lo sé ni lo sabré. Ya no sé ni por qué idolatraba a William. Ya no es un dios. Ya no es nada.
Fue un asesinato total. No quedó ni un rastro de sangre. Nada que enterrar. Ni siquiera el recuerdo.
Y todo por un David que mató a Goliat.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Apolo

El día 5 de junio de 1832 murió un ángel. Ocho tiros le agujerearon el pecho, pero solo uno lo mató, y éste no salió de ninguno de los fusiles de los guardias que disparaban.
La bala que mató a Enjolras fue la que vomitó París aquel fatídico día, que con su indiferencia y su abandono condenó a las barricadas como si 1789 hubiese sido un mal sueño. El París revolucionario de otro tiempo estaba cansado de insurrecciones e inestabilidad y prefirió dejar masacrar a un puñado de estudiantes a perder la poca tranquilidad que tenía. Irónicamente, a Enjolras, que en el ardor de la batalla confesó que a la única mujer a la que había amado había sido Francia, lo mató su patria con una bala traicionera que le atravesó el corazón.
Uno de los guardias reunidos en el Corinto alrededor de Enjolras y Grantaire, los dos únicos insurrectos que quedaban vivos en la barricada, se negó a disparar: "Paréceme que voy a fusilar a una flor". Otro declaró en el juicio posterior que había visto a Apolo. Y es que Enjolras, en medio del fuego cruzado, con el pecho níveo desnudo y los ojos desafiantes, no parecía temer a la muerte, y solo los dioses son capaces de tal hazaña.
Los disparos respetaron su blanca piel durante toda la contienda, ni un solo fragmento de metralla se atrevió a arañar su rostro hercúleo cincelado en mármol. Pero la batalla llegó a su fin y tuvo que ver a todos los amigos del ABC inertes en el suelo, formando una masa de cuerpos ensangrentados en los que el sudor se ha quedado frío y las miradas se han cristalizado. Eso fue lo que rompió el hechizo, se vio traicionado por su patria, que no había dudado en dejar caer a sus jóvenes, y se abandonó a la muerte.
Sin embargo, este abandono no fue completo, la muerte se lo llevó, sí, pero no pudo tumbarlo: Enjolras murió de pie. En su cuerpo abandonado ya por el alma solo las luces arreboladas que habían sembrado las balas delataban la victoria de la muerte, su pose era la de alguien que se ha recostado en la pared a descansar, su rostro, el de un héroe que duerme en calma tras haber ganado una batalla.
Enjolras ne s'abaissait jamais, même s'il était un des amis des ABC. 

lunes, 3 de septiembre de 2012

He.


It was January. It was freezing cold. We had been queuing for hours.
The doors opened.
The crowd went crazy.
And there I was, in the front row.
And there he was, on the stage.
Can you fall in love at first sight? Can you love someone you don't know? No. There's no love for us, Alex, but still we have obsession, don't we?