Look what it's done to your friends, their memories are pretend and the last thing that they want is for the feeling to end.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Uno llega y otro se va.
Y ninguno se queda.
Una vez tras otra.
Tal vez un día todos huyan y yo solo sea yo.
Quien quiera que yo sea.

Castro.

Parapetado tras su bandera roja con la hoz y el martillo.
Libre de todo y esclavo de una.
Barbudo, pero aseado; joven, pero curtido.
Serio y calmado, de voz profunda.
Humano, más incluso que la mayoría,
rebelado contra un dios que él sabe no existe.
De andar tranquilo, de palabra reflexiva.
Sencillo y complejo; ácido y amable.
Poesía y cerveza;
filosofía y sueños.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Fibrilando.

No hay nada y los dos lo sabemos.
Lo hubo, tal vez, pero ya no suenan los latidos.
Me tuviste y no me quisiste, ahora no me hables de juegos.
Deja de jugar, que ya no queda nada.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Una semana

Los latidos se han parado, ya no retumban sonoros, simplemente se han muerto de sed.
La cabra tiró al monte, como por otra parte era previsible, como dijo el alacrán: "Es mi naturaleza".
En apenas dos días me dejé el corazón olvidado en el valle donde nunca llega el sol. Lo apoyé un momento en el musgo mullido y me fui sin recogerlo; luego te fuiste tú, y ahí está, echando raíces en la tierra mojada, perdiendo calor cada minuto, preparándose para morir.
Chico bien conoce chica bien. Patinan sobre hielo, le compra flores y le dice te quiero. Pues no, ese no es mi rollo. Si me conocieras, no me querrías cerca.

Stay true.

Si fuera dueña de mi destino, de mi vida y de mi tiempo, huiría a Oviedo.

No quiero patinar sobre hielo, rubito lampiño, quiero ir a tomar cervezas al Reino.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Latidos

Conozco tus latidos.
Suenan poderosos en el espacio de tu pecho.
Se acompasan a tu respiración.
Y a la mía.
Y a mis latidos.

Ojalá algún día pueda contarte aquello que vi y que nunca ocurrió.
Ojalá cuando te lo cuente haya ocurrido ya.

domingo, 29 de septiembre de 2013

La isla.

A veces aún huye de la isla, que la persigue con su música vibrante y su colorido artificial.
Le persigue aquella noche de giro radical, de revelaciones y alucinaciones.
Pero ella ya no es aquella ni él es ya aquel.
Ahora son ella y él.
Pero podría bastar.
Ojalá baste, piensa, porque no ha olvidado los latidos.

lunes, 26 de agosto de 2013

Trenes.

A veces al maquinista le costaba saber en qué tren estaba en cada momento. Durante un breve lapso de tiempo aguantaba la respiración y dudaba, pero le bastaba con acariciar la palanca del freno para saber que estaba en su tren real, el que iba cargado de pasajeros con rumbo al mar. Sin embargo, a veces se sorprendía conduciendo otro tren, un tren vacío y desprovisto de aristas que se deslizaba campo a través, por un sendero inexistente que nunca había estado surcado por vías férreas. Este tren era el tren de sus sueños, un tren sinuoso que no podía ser detenido y que no se dirigía al mar, siempre regresaba al interior, aunque nunca llegaba a la meseta.
Una noche, el maquinista volvió a encontrarse sentado a los mandos de su tren de los sueños. Sabía que estaba dormido porque la luz que bañaba la cabina era demasiado brillante para ser la de la costa y sentía el fluir armonioso de las ruedas directamente sobre la tierra. Se sintió en paz en la soledad de aquel tren sin pasajeros que avanzaba veloz hacia la meseta inalcanzable. Por primera vez, el viento silbaba a ambos lados de la locomotora, pero el maquinista no se sorprendió.
El tren volaba raudo y el maquinista sintió vértigo, como si fuese a caer de la cama y despertar en el frío suelo de su dormitorio, lejos de cualquier estación de ferrocarril. El vértigo se le acumuló en la boca del estómago y, en un acto reflejo, dirigió la mano derecha a la palanca de freno que sabía que no tenía su tren de los sueños. La mano del maquinista alcanzó la desgastada palanca de su tren real casi al tiempo que descubría el mar en el horizonte.
No estaba en su tren de los sueños y tampoco se acercaba asintóticamente a la meseta; aquel tren real se dirigía a la costa. El maquinista pudo sentir en la piel cada una de las aristas de aquellos vagones reales llenos de pasajeros, pero cuando, ahogado por el súbito pavor de saberse despierto, quiso tirar de la palanca hasta arrancarla, descubrió que ya no había frenos ni vías.
Estaba de nuevo en su tren de los sueños, aunque aquella vez los vagones iban llenos y sí que habría de alcanzar la meseta.

jueves, 4 de julio de 2013

He's given me a reason to be patient.

I'll wait, I don't want to spoil it.
Not this time.

Despertar.

Ha pasado ese punto de la noche en que ya no es tarde, es pronto.
Alientos entretejidos en el aire.
Rostros enfrentados.
Respiraciones calmadas.
Un suave ronquido que arrulla.
La luz que se filtra es dulce, como lo será el despertar.
Susurran en sueños.

miércoles, 3 de julio de 2013

Verde.

Se ríe como un niño.
Con una risa clara y casi febril.
La sonrisa le llena la cara cincelada en mármol.

domingo, 16 de junio de 2013

Lo sabía. Lo sabía y no hice nada.

¿Qué ha cambiado?
Hay algo que es diferente.
Es su sangre. Esta noche corre clara por sus venas y no le embota el cerebro. Son los mismos labios de dos noches atrás, pero el tacto es diferente. Ya no hay trampa ni cartón, esas mejillas rugosas por la barba incipiente no son las de un niño de catorce años, como tampoco es de una niña la camisa negra transparente.
Ella abre los ojos y se ve reflejada en un espejo.
Nota que se traiciona, que está haciéndose daño.
El hechizo de la otra noche no solo no reaparece, sino que se corrompe y se vuelve un maleficio.
Aquellas palabras que danzaban en algún cuarto trasero de su cabeza se vuelven audibles y se acompañan de un fondo de color verde inesperado.
Vete de aquí.
La imagen que se forma la estremece inexplicablemente. ¿Y si es cierto? Ojalá.
Ella se asusta. Mucho. Muchísimo.
La música que retumba se vuelve sólida y le baila frente a los ojos.
Verde de nuevo.
Verde esperanza.
Ella se va, huye atemorizada.
Dios mío. ¿Cómo ha podido pasar?

Last chance.

A base de sorbitos pequeños, de repente todo brilla.
Baila y se siente bien, el vestido negro ajustado le deja moverse sin parar.
Todo da vueltas.
No sabe muy bien cómo él le rodea la cintura.
La euforia la embriaga y se deja llevar.
Es ella la que le guía fuera de la música, pero en realidad es la mano de él la que endereza su rumbo errático.
No reconoce las caras.
Tiene la música dentro.
De repente los dos tienen catorce años y se comen a besos.
Ella no puede pensar, se marea, pero se abandona a sus brazos.
Catorce años y todo por delante.
Un amor que culmina por fin.
Una última oportunidad.
Pero todo es una fantasía. Ya no tienen catorce años y ya no hay amor. Ella aún necesitará equivocarse otra vez para darse cuenta.
Tal vez para entonces sea demasiado tarde.
Tal vez.

viernes, 31 de mayo de 2013

Llega el momento.

Un buen día, llega el momento. Sentada en el borde del precipicio, las piernas le tiemblan como patitas de alambre. Le cuelgan dubitativas.
Lleva un año caminando, día tras día, noche tras noche. Tiene llagas en los talones y le duelen las rodillas.
Ha sido duro.
Mucho.
Pero ya ha llegado.
Solo queda el último empujón y dejarse caer al vacío.
Abandonarse.
Sentir el vértigo, el terror.
Y desplegar con violencia las alas de plumas rosadas que salen de dentro de la espalda, donde han estado creciendo escondidas como un secreto algodonoso. Desgarran la carne al salir, pero ya no hay dolor.
Planear, solo queda planear con suavidad hasta aterrizar de pie.
Y aunque los sueños dependan de lo lejos que llegue en su vuelo, sabe que en ningún caso fracasará. Solo haber llegado allí ya es un éxito. Una victoria. Una prueba superada.
Pero cuando va a dejarse caer, cuando llega el momento, está convencida de que lo va a lograr.
Espera unas alas amplias y veloces.
Confía.
Sonríe.
Y salta.

sábado, 18 de mayo de 2013

¿Y si todo es para nada?

Es la pregunta que me asalta en las horas muertas, cuando el ambiente está tan cargado que amenaza con asfixiarme.
Las paredes están empapadas de palabras recitadas en los meses grises y ya no pueden absorber más frases, más fechas, más fórmulas, más reyes, más reinas, más orgánulos, más reacciones, más leyes, más temas, más remas, más integrales, más obras, más autores. Están sobresaturadas, la pintura se agrieta, las humedades crecen y, hartas, gritan despiadadas números al azar, nombres sin apellido y obras sin sentido. Así, los muros me bombardean con integrales definidas entre 1640 y 1931 de Cien Años de Eloísa está debajo del Jarama de Miguel Hernández, con gammaglobulinas que pasan de la madre al feto a través de la matriz cuadrada de determinante nulo, con Alfonsito y su fraudulento sistema de Gauss y con monosacáridos más ciclados que Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923.
Gritan los muros y no hay quien los calle, no hay quien silencie sus profecías de fracaso.
Necesito abrir las ventanas y dejar que entre el sol y seque las paredes. Y las deje sin voz.
Pero no deja de llover.
No ha dejado de llover desde septiembre.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Thank God.

Your hands were just warm. Not even hot. But they burnt.
You should know I would have followed you in the night.
(As ever)
I would have embraced the future shown in that unfortunate picture.
We will hardly see each other again.
Thank God.

lunes, 13 de mayo de 2013

It was me

Yes, of course, it was me. It was my fault.
No matter how clearly you remember that conversation we had about wasps when we couldn't even count up to fifty.
I started it. You were just being nice.
Nevertheless, you can perfectly recall that dress I used to wear.
You just didn't want to hurt me, so you didn't stop me.
But you think we used to be best friends, even if I can't remember talking to you before that bloody night.
Sure, I told you I had always loved you.
Surprisingly enough, it is you who can remember the exact words I said four years ago when you asked me a petty question as I rushed home from school.
Yes, definitely, I pushed you.
But it was you who was shivering that hot night.
It was all about me. I made it happen.
(?)
Well, I'm not saying it was the other way round, I'm just saying I'm not THAT into you. You know, at least I'm not the one hoarding memories.

viernes, 3 de mayo de 2013

Eventually.

If we've survived so far, I really doubt we will ever drown.
We will pull through, just like we've always done.
And eventually things will get easier, nights will get longer, we will get rid of thick wool sweaters, our skin will get darker and our hair will get fairer; we will sing and dance and play music on the grass.
Eventually, we'll look back only to see our suffering from above.
Eventually we'll be grown-ups, and we'll see that all these little things we leave for tomorrow are actually being buried deep down, where we'll never find them again. Luckily. I guess.

sábado, 27 de abril de 2013

In memoriam

Llevo toda la vida echándote en falta.
Sin comprender por qué no estabas, por qué nosotros no éramos como las otras familias del colegio.
Siempre me he preguntado por qué. Por qué nosotros. Por qué tú.
No me perdono haber olvidado tu cara.
Tampoco esconderte hasta el punto de que casi ninguno de mis amigos y conocidos sepan nada.
De pequeña hablaba de ti con pena y los otros niños no me creían.
Aprendí a guardar silencio.
Pero puede que el silencio sea demasiado pesado.
A veces siento que necesito contárselo a alguien.
¿Pero quién quiere oír la historia más triste del mundo?
¿Quién quiere cargar con un peso así?
¿Cuál es el momento adecuado?
No hay momentos para contar tragedias ni personas que quieran oírlas.
Supongo que algún día tendré también yo que hacer preguntas, aunque me temo que las respuestas no disiparán el enigma.
Te quiero mucho y me odio por no guardar ningún recuerdo tuyo.
Te echo de menos, Gonzalo.
Cada día.

sábado, 13 de abril de 2013

You rebel.

Miré hacia el futuro a través de una lente color miel.
Era un futuro que tenía un poco de pasado, algo de deseo y nada de porvenir.
Una sola cara al sol perezoso.
En ese futuro te escondes tras una barba cerrada.
Y sigues sonriendo igual.

jueves, 11 de abril de 2013

Naturaleza


En aquellos últimos instantes de su vida, cuando su pecho ansioso y fatigado se esforzaba por robar al aire las últimas bocanadas secas y polvorientas que fueron la causa última de su muerte, Tristán del Tártaro recordó aquellos tiempos felices que tanto añoraba y que habían huido de él sin reparo alguno. En aquellos días de juventud aún tenía la frente despejada y morena y se le conocía como Tristán de los Campos de Maíz.

Tristán había pasado sus mejores años trabajando la misma tierra compacta y oscura que, a cambio de horas de sudor, le había dado los más hermosos maizales de la región, los que daban la harina más fina y amarilla. Durante docenas de meses había trabajado cada día, tomándose apenas un descanso los domingos para oír misa y pedir a Dios que no se demorara la estación seca, tan necesaria en aquella tierra de lluvias que llegaba a pudrir sus cosechas de pura humedad.
La naturaleza era generosa y exuberante en aquella región, no faltaban lluvias ni nutrientes en los suelos, que recibían agradecidos el duro trabajo de los labradores, a quienes tanto el amanecer como el anochecer los sorprendían con la espalda doblada y las manos enrojecidas de la escarcha. El viento helado del norte, empujado en violentas rachas desde el mar embravecido, había acabado por borrar los labios de Tristán, que eran poco más que una línea fruncida, seca y curtida.
Tristán amaba a su tierra del mismo modo que otros amaban a sus esposas, con un amor irracional e incondicional por el que habría estado dispuesto a dejarse matar, siempre y cuando su cuerpo sin vida fuese enterrado en aquella parcela, para así fundirse con ella y alcanzar la inmortalidad brotando en forma de mazorcas de granos dorados.
Si le hubiesen dicho que habría de ser él quien arrasase su idolatrado fragmento de naturaleza con sus propias manos, que habría de ser él quien envolviese su única herencia en un torbellino de llamas despiadadas y voraces, se habría reído con su risa profunda, que le resonaba en el pecho con vibraciones de guitarra española.
Aquella triste madrugada que, encañonado y tembloroso, arrojó el fósforo prendido a sus desprevenidos maizales tuvo la tentación de arrojarse a aquel portento de flamas y así arder con él, consumirse antes de perder lo único que ansiaba: que sus restos descansaran en aquella tierra reposada. Pero los enviados del gobierno no se separaron de Tristán hasta que el fuego se murió de hambre y su tierra amada quedó negra y arrasada, seca en su superficie y yerma hasta varios metros de profundidad, donde la vida se agazapaba asustada.
Antes de marcharse, aquellos peleles uniformados le informaron de que aquel terreno no solo no era suyo, sino que nunca lo había sido, y le hablaron de complejas figuras jurídicas y de expropiaciones con carácter retroactivo, por las que no se recibía indemnización, pues en ellas figuraba que la tierra siempre había pertenecido al Estado. Tristán ni siquiera intentó comprender cómo era posible que lo que el día anterior era suyo desde entonces, catorce de noviembre, formalmente jamás le hubiera pertenecido, no, se limitó a meterse en la cama hasta casi consumirse de pena.
Atrás quedaron las camisas blancas de lino, el sudor ardiente de las siega, el bronce en la piel, las pestañas quemadas, los músculos torneados y las canciones populares. El movimiento ondulante y perezoso de las plantas de maíz, el suave brillo estival, el tacto de la tierra húmeda y la aspereza de las herramientas se convirtieron en meros fantasmas coloreados que visitaban a Tristán en las tediosas horas en la fábrica.
Tristán se había convertido en un obrero de la metalúrgica que el gobierno había levantado en aquella parcela que ni era ni había sido nunca suya, una ridícula argucia legal que, a medida que los recuerdos perdían color como las caracolas deslavadas por el mar, había comenzado a creer.
Las monótonas horas de alienación le habían secado los ojos y la piel, convirtiéndolo en un ser gris y atormentado de salud débil y huesos quebradizos. Si no se dejaba morir, era porque sabía que aquel monstruo que escupía humo y hollín estaba ocupando su legítima fosa.
Cuando ya no le dolía ver el cielo cubierto de polvo espeso, cuando la lluvia abrasadora había dejado de causarle temor, cuando se había acostumbrado a ver seco el lecho del río, cuando casi se había convertido en ciudadano de aquel horrible lugar que solo podía ser el Tártaro, Tristán pestañeó y ya no pudo moverse. No le dio tiempo a comprender qué había sucedido, ni siquiera pudo alegrarse por el derrumbamiento de aquel gigante de hormigón, solo fue consciente de cómo sus pulmones se llenaban de densas volutas negras de veneno ácido, tan distinto a la brisa que tanto añoraba.
Tristán desapareció en la negrura polvorienta que había acabado también con sus queridos maizales, si bien no pudo cumplir su última voluntad de descansar con ellos, al menos sus muertes fueron idénticas. Pero a Tristán del Tártaro se le negó la inmortalidad que le habría dado fundirse con la tierra; no hubo renacer dorado al sol, solo hubo muerte estática y carbonizada.

domingo, 7 de abril de 2013

sábado, 6 de abril de 2013

Delirios marítimos.

Fue una fracción de segundo.
Un engaño de mi subconsciente, que cambió posiciones y perspectivas.
Y creí ser una carabela.
Recuerdo cómo el corazón casi se me sale del pecho. Aunque para entonces ya había pasado un segundo y cada barco había llegado a su puerto correspondiente.
Y yo, como siempre, soñando con ser polizón, pero anclada en la costa, observando los navíos zarpar.
Hinchando las velas de libertad.
Y el capitán despidiéndose a lo lejos.
Sonriendo.
Porque no deja nada atrás.

viernes, 5 de abril de 2013

Flashbacks

Portazo.
Le tiemblan las piernas.
También los brazos.
Las sacudidas le entorpecen.
Se deja caer en el suelo de madera y se quita el abrigo. Se muere de calor y de frío a la vez.
Más temblores.
Un fogonazo de luz y la habitación desaparece. Está en un prado oscuro. Tiene las manos húmedas.
Un nuevo fogonazo y reaparece en la habitación.
El flashback le asusta. Teme estar perdiendo la cabeza.
Más luz. Está cavando con las manos en la tierra mojada. Tiene rotas varias uñas. Le duelen. Por la cara le resbala sudor, lágrimas, mocos y sangre.
Luz. Se incorpora del suelo y atraviesa el pasillo hasta el baño. El espejo es pequeño y está sucio, pero puede ver el aspecto lamentable que presenta.
Temblores. El dolor agudo de las manos, los brazos, la pierna derecha y la espalda le perfora sin piedad.
Cuando gira la llave del grifo, los azulejos blancos llenos de mugre en los que fija la mirada se desvanecen.
Está sudando mucho bajo el anorak de plumas. No pensó que aquello fuera a cansar tanto. Empieza a lloviznar y se desespera bajo el embarazoso abrigo que coarta sus movimientos. Ya queda poco.
El grifo reaparece. Las tuberías hacen un ruido ruinoso mientras sale agua ardiendo. Mete las doloridas manos bajo el chorro y maldice. La pila se tiñe de rojo. Agarra con rabia el áspero jabón y se frota meticulosamente cada centímetro de las manos. Parece un cirujano antes de entrar a quirófano.
Fogonazo. Tiene los brazos cerrados. Algo se revuelve entre ellos con fuerza. Casi consigue soltarse. Pero él junta más los brazos. Suena un desagradable chasquido. Llega la calma y puede relajar los músculos.
Luz. Se está escaldando las manos, pero no le importa, el agua es demasiado agradable para parar. Se saca la camiseta por la cabeza de un tirón violento. Se pasa el jabón por el pecho y el abdomen con rabia, se enjabona cada centímetro del tórax y la espalda. Sienta demasiado bien. Se arranca el resto de la ropa y continúa. 
Pestañea y vuelve al prado. Los ojos inertes le miran sin ver.
Fogonazo. Se está aclarando todo el cuerpo en el pequeño lavabo y está inundando el suelo. Más agua caliente. Vapor. La piel se le pone roja, los marcados músculos brillan jabonosos. Casi puede sentir los capilares dilatándose, confiados por el calor.
Luz. El cuerpo pesa mucho, lo lleva a la espalda descuidadamente, se le escurre, le golpea penosamente.
Destello. El pequeño baño cochambroso es una nube de vapor. Ya se ha limpiado el cuerpo, pero aquello no basta. No, no es suficiente. Si por lo menos parasen los flashbacks, podría...
Luz. El cuerpo se cae, se golpea con fuerza contra la hierba. Llueve.
De nuevo en el baño. Una cuchilla de afeitar. Se rasura la cara. También el pecho. Luego decide no dejarse ni un pelo en todo el cuerpo. El de la cabeza es demasiado tupido, se resiste. Pero no insiste, ya se ha dado cuenta de que tampoco eso basta. No, no es suficiente.
El prado. Paladas chorreando barro. El cuerpo desaparece en la fosa. Suda, le duele la espalda.
Fogonazo. Necesita purificarse. Más aún. No basta con limpiarse y afeitarse, la suciedad está dentro. Dentro de sus venas. Primero rasga un poco el dorso de la mano. Unas gotas rojas se deslizan. Usa una mano como paleta y la otra como pincel.
Destello. Está aplanando el terreno. El hoyo no era muy profundo. Teme que lleguen perros y remuevan el descanso del muerto. Ya no hay tiempo para cavar de nuevo.
Reaparece el mensaje en el espejo. Las letras rojas son claras. Unas coordenadas geográficas exactas. Que lo encuentren, cuando amanezca ya no importará.
Luz. Está huyendo. Desciende por la falda de la montaña atropelladamente. Se tropieza y se cae. Rueda colina abajo. Ojalá se diera con una roca y acabase el calvario.
Rojo. Mucho rojo. Rojo que mana sin cesar. Corazón acelerado que acelera el sangrado.
Más rojo. Parece que nunca va a terminar.
Termina. Ya se ha purificado.
Se queda frío y blanco.
Ella lo encuentra horas después, cuando ya ha amanecido. Le parece nieve recién caída.
Le besa la frente.
Es mejor así.
Levanta la mirada en busca de algo con lo que cubrir la nieve virgen, como si los muertos conservasen el pudor. Entonces ve el espejo.
Las letras son tan claras que duelen. Las coordenadas, también.
Grita.
Corre.
Portazo.

lunes, 1 de abril de 2013

Tiempo de entrenar el corazón.

¿Con qué sueña? ¿Qué espera? ¿Qué le da fuerzas para continuar?
Ahora tiene que aguantar. Cada día tiene que luchar por salir de la cama. Aprieta los dientes y sigue. Tiene que ponerse cabezota y no parar. Es tiempo de entrenar la mente.
Pero no durará para siempre.
Ella sueña con días soleados, labios salados, pasar páginas, dar vida, renacer. 
Sueña con correr y correr. No parar nunca. No mirar el reloj.
Sueña con cansarse y sudar.
Llorar con el pulso acelerado y las piernas como patitas de alambre temblorosas.
Persistir.
No rendirse.
Sentir el músculo latiendo rítmicamente en el pecho. Con golpes húmedos y profundos. Seguros. Resonantes. Vibrantes y regulares. Bum Bum. Bum Bum. Aguantando. Dándole fuerza para seguir.
Ella sueña con un tiempo de entrenar el corazón.

sábado, 30 de marzo de 2013

¿Quién puede?

¿Quién puede aguantarlo?
¿Quién puede vivir así?
¿Quién puede soportar la constante comparación?
¿Quién puede saber que nunca ganará, que siempre estará detrás?
¿Quién puede aspirar a la perfección desde una posición tan débil, sabiendo que nunca la alcanzará?
¿Quién puede?

viernes, 29 de marzo de 2013

I do.

You've never been here and obviously you haven't left either. And yet I miss you. I do.

jueves, 28 de marzo de 2013

18 momentos

1. Cada momento contigo, aunque no recuerde ninguno, te fuiste demasiado pronto.
2. Ese día de mayo en que toda conjuntada del mismo color vi por primera vez a ese bebé sonrosado y con la cabeza llena de pelo negro sudado. Iba vestido de azul y estaba tumbado boca abajo. Tenía los puños cerrados.
3. El primer día de colegio, con un pichi gris oscuro "de mayor" y una camisa rosa con ositos bordados en los cuellos bebé. Mamá me había metido un sugus rojo en el bolsillo del abrigo. Lo encontré en el recreo, cuando deambulaba sin ningún amigo aún.
4.  Ir en el coche con el abuelo y ver cómo sacaba un peine del bolsillo de la camisa de manga corta y se peinaba mirándose en el retrovisor. Sus ojos verdes.
5. Ir a por el pan y el periódico con Papá y comerme el pico de la barra de camino a casa.
6. Merendar pan y chocolate en Cabezón con los primos.
7. Cumplir nueve años. Dana.
8. El día que Mamá salió del hospital sin maquillar y más delgada. Yo no sabía qué había pasado ni podía sospechar el muelle de titanio que ayudaba a su corazón, pero aun así me di cuenta de que la tragedia había vuelto a llamar a nuestra puerta, aunque esta vez se hubiese quedado en el felpudo.
9. El primer día de primero de la ESO.
10. Bailar en El Escudo.
11. Cenar en Tavira cada verano.
12. Cruzar la pasarela en una especie de nube absoluta de felicidad. ¿Quieres un caramelo? Adiós. Dos besos.
13. El concierto de los Arctic Monkeys. Saltar y cantar desde el foso. Alex y su chupa de cuero.
14.  Dormir al raso en Zarautz. Despertar cubierta de rocío con los ojos aún pintados de azul.
15. Bailar y bailar, saber lo que va a pasar, no poder ni sonreír. Y que pase.
16. Aclarar las cosas. Cruzar versiones y reír. Hablar del futuro. Descubrir pequeñas intimidades y sueños. Soñar un poquito y luego despertar.
17. Chankete.
18. Abrir el álbum de fotos. Ver que cumplir años no es solo hacerse vieja, también es atesorar historias y momentos. Dar las gracias. Una y otra vez. Mis ovejitas.

lunes, 18 de marzo de 2013

Renacer.


Recuerdo a la perfección aquel seco momento en que renací. Mi segundo nacimiento fue tan distinto al primero que dudé de su autenticidad y pensé que tal vez no era más que una ilusión de la muerte, que quería reírse de mí. Pero al punto me di cuenta de que aquel violento primer latido de mi corazón agarrotado solo podía significar una cosa: volvía a estar viva. Y no solo volvía a vivir, sino que seguía siendo yo: aquellos miles de metros de venas y arterias que volvían a sentir el fluir de la sangre eran los mismos que asistieron asombrados a mi prematura muerte, tras la cual el plasma encarnado se coaguló, cegando las tuberías que alimentaban mis tejidos.
Si mi primer nacimiento, aquel en el que mi madre me dio la vida, fue húmedo y viscoso, este renacer solitario fue absolutamente antitético, fue seco y acartonado, de forma que se pareció mucho al estado de la muerte, si bien no al acto en sí de morir, que sorprendentemente se había parecido mucho a mis primeros instantes ahogada en los fluidos amnióticos, cuando no era más que un ser acuoso y ciego que luchaba por respirar.
Tras los primeros latidos, que fueron lentos y sentenciosos como las doce campanadas de un reloj a medianoche en una casa vacía, mi corazón comenzó a bombear sangre con rapidez, ansioso por enviar vida a cada rincón de mi cuerpo, que había sido respetado por los gusanos y la tierra.
Me dolió el aire en el pecho, los pulmones amenazaron con desgarrarse tras hincharse con rapidez como las velas de un barco guiado por los Alisios, pero me aferré a esta segunda vida con desesperación, temerosa de volver a aquella nada cortante y blanca que era la muerte de cuyas garras había escapado.
Después de estos primeros instantes de vida, en los que intenté acostumbrarme al continuo torrente de información sensorial que me taladraba, me incorporé sin dificultad y salí a pie de mi nicho, confiando a la discreción de los muertos el secreto de mi huida.
Vivir dolía. La muerte era tediosa, sí, pero también proporcionaba una anestesia eficaz a la que me había acostumbrado. Con cada paso notaba el dolor punzante de la herida del costado que, aunque misteriosamente cicatrizada, no dejaba de ser lo que había acabado con mi vida. La fría herrumbre de la hoja del arma homicida se me había quedado dentro de la carne y ahora formaba parte de mí, me había hecho metálica e inhumana hasta cierto punto, pero también brillante.
No necesitaba citarte para saber que estarías en el lugar previsto en el momento adecuado, supe que mi espíritu errante y sediento de venganza se te había aparecido en sueños en forma de cuervo negro y te había señalado un camino que habrías de seguir en una especie de trance espeso y dulzón que te embotaba los sentidos.
Ya despuntaba el amanecer cuando llegué al tenue laberinto de ruinas donde reuniste la fuerza suficiente para atestarme un golpe mortal entre la cuarta y la quinta costilla del lado izquierdo, donde el óxido vibraba animando la venganza. El rosa y el dorado bailaban en el cielo una danza de vueltas y volteretas, de roces y caricias invisibles sin llegar a tocarse, destinados a no llegar a juntarse nunca, luz y el reflejo coloreado de esa misma luz, un espejismo de una compañía inexistente, luz y color separados y a la vez unidos por su propia esencia.
Estabas de rodillas y con el rostro dirigido al suelo, donde aún se entreveían los hilos rojizos de mi carne desgarrada. Caminé sin prisa hasta situarme frente a ti, decidida a desagraviarme con detenimiento, probablemente desmembrando tu cuerpo asesino a mordiscos voraces.
Dos movimientos certeros me bastaron para tenerte a mi merced, tu cuerpo de coloso no era rival para mi odio enardecido por la novedad de la vida. Un solo golpe más y podría entregarme al frenesí homicida. Y sin embargo, aflojé el lazo alrededor de tu cuerpo y me di la vuelta sin una palabra, perdonándote la vida como tú no habías hecho conmigo. Tal vez la muerte había ablandado mi espíritu guerrero, o tal vez había sido la vida recuperada la que me había inspirado la ternura del perdón.
Así como estaba, de espaldas a ti, sentí que había roto con un pasado polvoriento que ya no me pertenecía y que a partir de entonces podría dedicar mi nueva vida a caminar lejos de aquel pueblo maldito. Cuando ya podía sentir el aire renovado a mi alrededor, sonó la detonación. La fría garra de la muerte me arañó por la espalda, derribándome al instante. Mi segunda muerte fue patéticamente sorpresiva y rápida, cuando quise darme cuenta de tu absoluta impiedad, ya me había ido de allí y no podía sentir el peso de tu pierna apoyada en mi espalda.
La tercera vez que nací, fue ya para no volver a morir jamás.

domingo, 17 de marzo de 2013

Las palabras susurrantes me contaron que Tristán estaba muerto.


And thou art dead, as young and fair 
As aught of mortal birth; 
And form so soft, and charms so rare, 
Too soon return'd to Earth! 
Though Earth receiv'd them in her bed, 
And o'er the spot the crowd may tread 
In carelessness or mirth, 
There is an eye which could not brook 
A moment on that grave to look.


I will not ask where thou liest low, 
Nor gaze upon the spot; 
There flowers or weeds at will may grow, 
So I behold them not: 
It is enough for me to prove 
That what I lov'd, and long must love, 
Like common earth can rot; 
To me there needs no stone to tell, 
'T is Nothing that I lov'd so well.


Yet did I love thee to the last 
As fervently as thou, 
Who didst not change through all the past, 
And canst not alter now. 
The love where Death has set his seal, 
Nor age can chill, nor rival steal, 
Nor falsehood disavow: 
And, what were worse, thou canst not see 
Or wrong, or change, or fault in me.


The better days of life were ours; 
The worst can be but mine: 
The sun that cheers, the storm that lowers, 
Shall never more be thine. 
The silence of that dreamless sleep 
I envy now too much to weep; 
Nor need I to repine 
That all those charms have pass'd away, 
I might have watch'd through long decay.


The flower in ripen'd bloom unmatch'd 
Must fall the earliest prey; 
Though by no hand untimely snatch'd, 
The leaves must drop away: 
And yet it were a greater grief 
To watch it withering, leaf by leaf, 
Than see it pluck'd to-day; 
Since earthly eye but ill can bear 
To trace the change to foul from fair.


I know not if I could have borne 
To see thy beauties fade; 
The night that follow'd such a morn 
Had worn a deeper shade: 
Thy day without a cloud hath pass'd, 
And thou wert lovely to the last, 
Extinguish'd, not decay'd; 
As stars that shoot along the sky 
Shine brightest as they fall from high.


As once I wept, if I could weep, 
My tears might well be shed, 
To think I was not near to keep 
One vigil o'er thy bed; 
To gaze, how fondly! on thy face, 
To fold thee in a faint embrace, 
Uphold thy drooping head; 
And show that love, however vain, 
Nor thou nor I can feel again.


Yet how much less it were to gain, 
Though thou hast left me free, 
The loveliest things that still remain, 
Than thus remember thee! 
The all of thine that cannot die 
Through dark and dread Eternity 
Returns again to me, 
And more thy buried love endears 
Than aught except its living years. 

And Thou Art Dead, As Young and Fair, Lord Byron, first published in 1812.

Tesoro.

La misma calle que hace meses.
Pero con más gente.
Mejor.
Y distinto.

martes, 12 de marzo de 2013

No han quitado nuestra foto.

Aún sigue ahí, mirándome impertérrita.
Desgraciadamente incorruptible.
A la vista de todos.
Ocultando el secreto.
Nadie se ha dado cuenta de que no estoy donde debería.
Nadie se ha percatado del abrazo furtivo.
Aunque los sueños soleados de música vibrante no se ven, se intuyen.
Traicioneros como espinas.

No se me olvida

No se me olvida.
El aire caliente.
La luz de las farolas.
El brillo de la tela.
El temblor.
Las confesiones.
No.

jueves, 7 de marzo de 2013

Anocheció. Amaneció. Día primero de cuatrocientos doce días iguales.

Ay, Tristán, ¿no lo recuerdas? ¿No recuerdas que yo había predicho lo que ocurrió aquel día? ¿No recuerdas las palabras que me inspiraron los posos del té? Yo sí. Las tengo grabadas a fuego. Debí haberte llevado lejos en cuanto se reveló la profecía. Pero no lo hice. Ay, Tristán, me arrepentí cada segundo de los cuatrocientos doce días siguientes. El alba iluminará un pueblo de viudas. Me miraste inquisitivamente según lo decía y, avisado por tu instinto, me pediste más detalles. Pero las hierbas mojadas en el fondo de la taza no dijeron nada más. Puede ser cualquier cosa. 
Esa noche tenías que ir a la fragua a terminar un encargo del señor Costanegra, que necesitaba una nueva verja para su caserío y el herrero te había mandado hacer una cerradura bonita, consciente de que más que herrero eras un platero, que trabajabas con las manos con una precisión pasmosa y que podías hacer maravillas con cualquier resto de escoria. Por supuesto, el poderoso terrateniente nunca sabría quién era el responsable del preciosista resultado, el herrero no iba a revelar que su aprendiz le aventajaba notablemente.
Antes de marcharte, cuando ya había anochecido, me miraste largamente y caí en el precipicio color musgo de tus ojos. Estoy tranquilo porque tú no puedes quedar viuda, pero de todas formas, cuídate, volveré por la mañana. Te marchaste sin una palabra más, pero yo me quedé inquieta. ¿Qué habían querido decir tus palabras? Me habían molestado un poco las implicaciones de lo que habías dicho, era cierto, yo no estaba casada y, a la edad de veintidós años, era todo un fracaso. Que las vecinas hablasen me daba igual pero, ¿que lo hicieras tú? Además, desde que habías llegado a mi casa, se habían disparado los rumores, hasta el punto de que a los pocos días vino el sacerdote a exigir un matrimonio urgente para acabar con nuestra supuesta unión pecaminosa. Tuvimos que aclarar la situación, inventar un parentesco inexistente y decidir que a partir de entonces durmieras en el taller. Aunque tu encanto natural y la clara falta de tal unión pecaminosa hizo que el pueblo olvidara rápidamente el escándalo, yo no podía sacármelo de la cabeza. En cierto modo, la relación que nos unía y que nadie comprendía era precisamente la garantía de que jamás ningún hombre fuera a casarse conmigo. Yo viviría sola siempre y tú probablemente acabarías casándote con alguna de las muchas jóvenes que te seguían entre risas nerviosas por el mercado.
Me acosté acosada por estos pensamientos y me sumí en un sueño inquieto que presagiaba la desgracia.
El alboroto que se formó en el pueblo me despertó y rápidamente salí a la calle. Era aún de noche, aunque la madrugada estaba avanzada. Unos forasteros vestidos de militar y con el bigote engomado estaban pintando de azul los quicios de las puertas de cada casa. No, no de todas, de la mía pasaron de largo, ignorándome, como si yo no estuviese allí. Con ellos iba el alcalde, que daba las instrucciones de las puertas que debían marcar.
Yo me acerqué a un joven militar que apenas si tenía bigote y le pregunté qué ocurría. Esto es la guerra, señora, pero no se preocupe, su marido volverá para darle muchos hijos, esta es zona conservadora y vamos a aplastar a esos liberales hijos de puta. No me quedé a pedir más información ni a aclarar que no estaba casada, corrí hacia la fragua para llegar antes que el alcalde y llevarte a mi casa, que no estaba marcada y adonde nadie iría a buscar hombres para el frente.
Cuando llegué me encontré la puerta marcada y abierta; el taller estaba solitario y nadie vigilaba las brasas.
En la calle me enteré por otras mujeres en camisón de que se habían llevado a todos los hombres para escoger a los más aptos y prepararlos antes de llevárselos. Nadie sabía dónde estabais, así que nos fuimos a la carretera principal a esperar a que pasara la carreta que había llegado vacía y se iba a marchar llena, llevándose nuestro futuro.
Pasadas unas horas eternas, en las que nadie dijo nada ni se oyó un solo llanto, las ruedas del convoy comenzaron a crujir por la calzada. No necesité ni darme la vuelta para saber que habías sido seleccionado, lo sentí en el traqueteo de las ruedas, en el aire que movían, que olía a orégano y canela.
Os habían afeitado por completo el cuerpo como medida de higiene así que me costó un par de segundos localizarte. Deberías haberte visto, Tristán, incluso iluminado solo por la luz de la luna, tus facciones esculpidas refulgían de pura belleza. No tenías ni cejas, pero habían respetado tus pestañas negras y brillantes, que aletearon al reconocerme en la multitud.
Con tu pelo se habían llevado lo único que probaba que eras humano, me pareciste un coloso, una divinidad lejana y terrible. Me reí de los militares que vigilaban que no os escaparais, ¿cómo pretendían apresar a un dios con armas terrenas y llevarlo a una guerra de hombres? Supe que si quisieras podrías elevarte y huir del cruel destino que te esperaba, volar cual pájaro y regresar al Tártaro. Pero no lo hiciste, simplemente me miraste con una mirada en la que brillaba una severidad dirigida a todo el género humano. Tristán de la guerra. 
La carreta avanzó sin piedad con paso tortuoso y perdí tu mirada entre las decenas de miradas indefensas de nuestros hombres, que se iban para no volver. Cuando desaparecisteis en el horizonte, amaneció.
Y sí.
Se iluminó un pueblo de viudas.
Un pueblo de viudas en camisón, ojerosas, despeinadas y ateridas de frío.
El silencio de aquel día fue un silencio de muerte, un silencio que aún no he conseguido terminar de despegarme de la piel.

viernes, 22 de febrero de 2013

Segunda etapa: finalizada.

Ya nada queda de aquella euforia de noviembre.
No.
Me había dedicado a quemarme y todo aquel esfuerzo lleva desde entonces pasándome factura.
Un día y otro. Y otro. Y otro.
Un dolor insoportable.
Me acostaba con dolor y me despertaba con dolor.
Se me instalaba en el pecho y me duraba semanas enteras.
En el momento del estrés, aguantas; cuando hay problemas, te mantienes fuerte, el instinto te ordena sobrevivir. Pero luego pasan las amenazas y toda esa energía para aguantar te la has sacado de dentro, de unas reservas que, al gastarse, te hacen flaquear, dudar de tu propia cordura.
Llevo desde noviembre viviendo de un día para el siguiente, intentando en muchas ocasiones mantenerme cuerda, y, mientras sobrevivía a duras penas, el tiempo, increíblemente, pasaba. Y, cuando creí que ya había remontado la cuesta, resultó que la etapa estaba acabada.
Toda una etapa de tres empleada en recuperarme de la primera, desde luego no es un balance muy halagüeño.
Pero sigo aquí, que no es poco.
Queda la recta final y lo que necesito es el equilibrio, ni los excesos del principio ni los esfuerzos colosales por mantenerme en pie de después.
Equilibrio.
Los miedos de noviembre ya están purgados, ahora toca mirar adelante.
Aunque ver un futuro limitado y vendido a condiciones indispensables no ayude. No, de hecho no ayuda nada.

jueves, 21 de febrero de 2013

Learning to make do

And it came to me as the strangest revelation.
It was enough.
It had always been.
And would always be.
For it had to.
I will learn to make do.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Cuando cierro los ojos, aún te veo tal y como estabas aquella tarde, Tristán, pero no como una imagen estática, sino como una realidad viva; recuerdo tu respiración, el olor a viejo del tejido de tu poncho azul, tu piel morena reluciendo al sol, tus ojos cerrados como por encanto. Tristán dormido. Era domingo y te tocaba librar en la fragua, así que pasabas el día conmigo, sin hacer nada especial, simplemente acompañándonos mutuamente, y es que me había dado cuenta de que los dos habíamos estado muy solos hasta que nos encontramos, o casi mejor, hasta que nos reencontramos.
Yo cosía al sol apresuradamente las camisas de unos guardias civiles, mis manos se movían con destreza, pero añoraban las cartas que el fuego había consumido. Sin embargo, no me arrepentía de haber acabado con mi modo de vida, no si con ello te había salvado y te había unido a mí para siempre.
Cuando hube terminado los remiendos, con un resultado bastante precario, te miré largamente hasta que abriste los ojos de golpe, como siempre has hecho, como si realmente en vez de dormir hubieses estado alerta. Nada más verte los ojos, de un verde mucho más intenso que cuando te dormiste, supe que habías estado en el Tártaro en sueños. Te pregunté despreocupadamente si llovía. Miraste a tu alrededor, el sol bañaba el porche con generosidad, y asentiste débilmente. Allí siempre llueve.
Después de dejar las camisas en el cuartel general, fuimos a los maizales, que estaban crecidos, y nos sentamos entre las plantas, ocultos del mundo y del sol. Te encantaba estar allí, era uno de los pocos sitios en los que sonreías de verdad. Tristán de los campos de maíz. 
Ese día me hablaste mucho de ti como nunca antes lo habías hecho y me dijiste algo que me reconcilió por completo contigo y con las circunstancias en las que llegaste al pueblo. Ese niño nunca llegó a nacer porque llevaba más muerte que vida. Y yo supe de qué niño hablabas y a qué te referías, porque había oído al médico contándole al boticario que el feto cuyo aborto habíamos presenciado llevaba unido a la espalda un gemelo que no había llegado a desarrollarse.
Llegó la noche y nos pilló fuera, pero no volvimos al pueblo, simplemente nos quedamos como estábamos, mirándonos a los ojos sin vernos, perdidos cada uno en nuestro propio interior. ¿O tal vez en el del otro? No lo sé, solo sé que me dijiste que algún día tenía que contarte por qué era tan desgraciada. Me dolió verme tan expuesta, me gustaba buscar en tu pasado, pero no que tú lo hicieras con el mío. Me levanté sin una palabra y me fui.
Todavía me pregunto, querido Tristán, si te quedaste después de que me fuera o si fuiste a dormir al taller. Supongo que saber dónde pasaste la noche aclararía muchas cosas. Pero lo que definitivamente lo aclararía todo sería saber si, como yo, tú también pasaste la noche en blanco.

lunes, 18 de febrero de 2013

Atrévete

Siempre lo haces en la oscuridad, al amparo de las sombras.
En la soledad, con sigilo.
Atrévete a hacerlo de frente.
Hazme un ataque frontal si tanto deseas mi destrucción.
Pero déjate de juegos de críos.
Hazlo.
Atrévete.
Pero nunca te decides porque solo tú quieres ser mártir.

viernes, 18 de enero de 2013

And they get what they like.

They like girls to be pretty, clever enough to keep up conversations. 
They like girls to be fit, sporty enough to be taken to the countryside.
They like girls to be ready, to be needy, to be trendy, to be blonde.
They like girls to be hard workers, to be devoted, to be nice.
They like girls to be talkative, to be chatty, to be irrelevant.
They like girls to be willing to listen, to be taught, to understand what they are told, but never to teach.
Never to be stronger. 
Never to be intelligent.
Never to be silver-tongued.
Never to be equal.
And of course, never to be better.