Look what it's done to your friends, their memories are pretend and the last thing that they want is for the feeling to end.

martes, 6 de febrero de 2024

Laberinto

Ahora que se siente otra vez fuerte, ahora que vuelve a ser ella misma, vuelven dudas antiguas. Hay problemas que no van a solucionarse. La cuestión es si puede vivir con ellos, si a pesar de ellos puede confiar su futuro.

Se siente renacida y también bendecida, se siente fuerte y capaz. Siente que tiene opciones. Sí que hay salida a todos los problemas, hay distintas calles y callejones. También hay caminos de polvo llenos de guijarros. Pero tal vez sean esos los que estén bañados por el sol más dulce, protegidos del viento por follaje verde y azulado, colmados de frutas de sabores salvajes.

Tiene miedo, pero ya no está paralizada. Y sabe que la única forma de encontrar la salida es seguir caminando. Sospecha que lleva tiempo parada, sin atreverse a avanzar. Frente a ella, el laberinto. Y sabe que, una vez entre, no tendrá más remedio que seguir hacia adelante. No hay garantías. La esfinge a la entrada la mira con una media sonrisa que invita y amenaza.

Se hace mayor cada día que pasa, pero esto ha dejado de causarle miedo. Se peina las canas con orgullo y se siente fiel a sí misma ante todo. Se siente poderosa y capaz, pero también reposada.

Inspira el aire frío de febrero, el viento implacable de Berlín le alborota el cabello, da un paso al frente y entra en el laberinto. Tras de sí brilla un sol lánguido. Comienza a caminar. 

¿Derecha o izquierda?

domingo, 1 de octubre de 2023

El día que soltaron a Clara era un martes festivo de octubre, el día de la reunificación alemana, y hacía temperatura de primavera y sol perezoso de otoño. La furgoneta que la trajo se detuvo frente a la casa y la dejó bajarse sin grandes ceremonias. Los vecinos espiaban tras las persianas aguantando la respiración y muertos de miedo. 
Clara cojeó lentamente hasta la puerta y metió la llave en la cerradura. La casa olía a polvo y a abandono. Cerró la puerta tras de sí y, oculta en la oscuridad de la casa, se dejó resbalar hasta el suelo. Lloró con la mejilla contra las tablas de madera y maldijo su suerte por seguir viva. Se quedó dormida y, por primera vez en meses, nadie la despertó ni con un balde de agua fría en la cara ni a culatazos ni arrancándole la ropa sin aviso. Al despertar, tardó en orientarse y, al recordar que era libre, volvió a desear haber muerto el día que estalló la guerra y a maldecir a aquel barbudo que se interpuso entre ella y la bala que le habría ahorrado tantas humillaciones.
Se sorprendió de que siguiera habiendo agua corriente y llenó la bañera sin preocuparse de quitarle antes el polvo y las hojas secas. Encendió el pequeño transistor y escuchó las noticias de la amnistía. Quiso indignarse, pero se sentía vacía, el campo de trabajo había acabado con la chispa revolucionaria que antaño había latido en su pecho. El locutor invitó a todos a olvidar la guerra y los desmanes de ambos bandos y a centrarse en la reconstrucción. Clara deseó con todas sus fuerzas poder de verdad olvidar.
En el baño se enjabonó de pie llegando a todos los resquicios de su cuerpo; la herida del vientre parecía milagrosamente no estar infectada y Clara pensó que morir de septicemia habría sido más fácil que sobrevivir a aquella carnicería.
Con unas tijeras oxidadas se cortó la melena y con una cuchilla de afeitar que encontró en un armario se rapó el pelo muy corto, dejando a la vista hematomas, cicatrices y mataduras varias. Los piojos corrían enloquecidos tratando de encontrar refugio, pero Clara acabó con su hogar sin ningún tipo de reparo.
Frente al espejo del dormitorio de sus padres se sintió extrañamente conmovida al ver su cuerpo esquelético y enfermo, su piel reseca y pálida, los hematomas en distintos estadios, su cabeza pelada y, sobre todo, el costurón que le cruzaba el vientre de parte a parte. Aquella compasión por su cuerpo quebrado le pareció extrañamente alienígena y decidió que probablemente provenía del espíritu de su madre, que seguramente aún estaba contenido en aquel dormitorio. Para calmar al fantasma de su madre y apaciguar aquella quemazón, cubrió su cuerpo maltrecho y recién lavado con un camisón de lino que encontró en un baúl. Se dejó abrazar por aquel manto protector y se sintió a la vez niña y abuela.
Luego salió a la calle descalza y sorprendió a los vecinos en sus jardines, ocupados con sus quehaceres, de camino al mercado. Ya no pudieron esconderse tras las persianas y excusarse en la ignorancia, porque todos pudieron verla. Clara los miró sin miedo ni resentimiento, sin ocultar sus heridas, mostrando su calavera, la herida del vientre se transparentaba bajo el camisón. Había decidido no plegarse a la farsa de la amnistía ni lamerse las heridas en soledad y salir a la vida pública una vez hubiera sanado. Ella sería el testimonio de los horrores de aquella guerra sin sentido y recordaría cada día a sus vecinos que aún estaba herida, que había partes de ella que le habían sido arrebatadas para siempre y que no podrían regenerarse, que nadie movió un dedo el día que se la llevaron y que nadie llamó a su puerta el día de fiesta que la trajeron de vuelta. Quiso que al menos tuvieran que sentir la incomodidad de ser testigos de su recuperación, tener que caminar tras su paso cojo en el mercado y ver su silueta esperando en la cola del hambre.
Cuando llegó la primavera y ya tenía la cabeza cubierta de un fino tapiz negro, llegaron noticias de un nuevo alzamiento militar. Esta vez, Clara fue la primera en alistarse contra los militares y esta vez sí empuñó un fusil. Esta vez rogó por una bala certera.

domingo, 6 de marzo de 2022

Hacía tantos años que no volvía a aquella playa, que casi temí no saber llegar, pero me bastó con cerrar los ojos un momento para sentir la brisa del mar en la cara. Abrí los ojos y miré al horizonte, donde el mar se encontraba con la noche y ambos se fundían en una línea inconcreta.
Se me llenaron los ojos de lágrimas al ver a Liss sentada en la orilla, los pies metidos en el agua, el cabello castaño en bucles desordenados, la piel oscurísima. La vi tan niña y tan delgada y tan inocente.
Me senté a su lado y quise explicarle el porqué de tanto tiempo sin noticias. Quise contarle de mis viajes, mis amores, mis aventuras, hablarle de los idiomas aprendidos, los sueños cumplidos, la independencia. Que había crecido reventando las costuras de la vida pasada, que ya no era huesuda y temerosa, que había perdido rencor e inseguridades, que ahora era rubia y miope y corría por placer. Que dar ritmo a los corazones era mi trabajo. Que el sol me era esquivo y la piel se me había aclarado. Que había sido valiente y me había marchado.
Pero Liss me miró con esos ojos de niña anciana y supe que nada de eso importaba. Que ella ya lo sabía todo y no le importaba o no lo sabía y no quería saberlo. Entonces la abracé y le pedí que se viniera conmigo, le dije que quería que se bañara en el Elba helado. Liss sonrió y negó con la cabeza, yo no insistí más. Me quedé a su lado un rato, maravillada por su cuerpo pequeño y su tesón, por sus ideas y sus sueños, por su pequeño universo de pupitres y libros. 
Luego me fui sin despedirme, sabiendo que siempre podría encontrarla allí.

martes, 24 de septiembre de 2019

Me fui

A veces digo que me fui por la aventura, por llenar mi juventud de historias que merezca la pena contar.
A veces digo que me fui por el precariado, porque España me duele y creo merecer más.
A veces digo que me fui porque quería ser cardióloga y eso en Madrid era casi imposible.
A veces digo que me fui porque mi padre me hizo la guerra de guerrillas año tras año hasta que cedí y me apunté a clases de alemán.
A veces digo que me fui porque no me quise despedir del Elba.
A veces digo que me fui porque me había costado tanto aprender el idioma que tenía que sacarle partido.
A veces digo que me fui porque me enamoré de un alemán.
Y, si bien todo esto es cierto, la realidad es que me fui simplemente porque quise irme. Aunque ni yo misma sepa por qué.

viernes, 30 de agosto de 2019

Trenes

Ahora tengo una habitación con una cama de madera a la que se sube por una escalerita. Así que ahora duermo en el techo.
Desde mi ventana veo todo el rato los trenes pasar porque ahora tengo tiempo para todo. Así que lo pierdo a puñados.


Solía soñar con una aventura, con emigrar y enamorarme y quedarme y florecer.
Ahora que soy flor, no me veo los pétalos.
Pero creo que es porque están extendidos al sol.
Ese sol que brilla hasta en Alemania.

Cada día

Lo que me costó bastante llegar a entender es que, llegado el momento, no había decisión posible. Aquella encrucijada ante la que todos creían que yo me encontraba, no era tal. La vida me empujaba hacia lo desconocido, hacia el misterio y la incertidumbre. Lejos de casa, lejos de la tierra.
Y aquí estoy, consciente como nunca de que todo cambia y nada es seguro. Seguí este camino y ahora tengo que ver a dónde me lleva. Solía pensar que mi misión era descubrir si era el camino correcto, pero ahora veo que, siendo el único, ha de ser el correcto. La única cuestión es si la trayectoria es la prevista o no.
Cada día solo pasa un día. Para bien o para mal.

sábado, 16 de febrero de 2019

Siempre y cuando fueras tú.


De niña me daba miedo no existir,
ser el simple producto de la imaginación de otro que me pensara,
de otro que fuera mi dueño y que, por pura desidia, 
pudiera reducirme a una sombra que nunca fue.

Ahora sin embargo, tengo la certeza de que existo,
y saberme señora de mi destino me llena de vértigo pegajoso
y me hace pensar que podría acostumbrarme a vivir solo en la cabeza de alguien,
siempre y cuando quien me pensara fueras tú.