Look what it's done to your friends, their memories are pretend and the last thing that they want is for the feeling to end.

lunes, 28 de agosto de 2017

Infinitas vidas

Nunca había creído que el día de nuestra muerte estuviera escrito en ningún sitio, Tristán, siempre sospeché que nosotros, tú y yo, éramos eternos. Por supuesto, creía en el destino, sabía que en algún lugar, probablemente más cercano al centro de la Tierra que al centro del universo (la vida siempre me pareció intrínsecamente mundana), estaba escrito todo aquello que había de pasarnos en un libro infinito de páginas que se multiplicaban.
Tú y yo, Tristán, estábamos destinados a vivir infinitas vidas, una detrás de otra, solamente teníamos que evitar las también infinitas muertes que los hombres, no el destino, tenían planeadas para nosotros. Cada día que burlábamos esas muertes, prorrogábamos nuestra eternidad.
En el momento en que la bala certera me atravesó el cuarto espacio intercostal, supe que iba a morir sin remedio, y supe también que tú morirías conmigo.Y en ese momento preciso en que morí pude ver con claridad todos nuestros posibles futuros ya irrealizables, aquellos que nunca sucederían, pero que sin embargo existían fugazmente durante aquel segundo que los vi. Te contaré un secreto, querido Tristán, todos los días que estaba escrito que habrían de venir y que ya nunca podrán sucedernos acababan igual: el sonido húmedo y profundo de los latidos de tu corazón. Siempre igual, Tristán, mi oído contra tu pecho y el potente bombear en el mediastino de tu corazón; sus gruesas paredes vibrando violentas sin oposición.

martes, 15 de agosto de 2017

Yo sé por qué.

Frente al espejo, me quité el vestido blanco de lino y las sandalias de esparto. Fui pescando una a una todas las florecillas que me navegaban los mechones dorados y las dejé caer al suelo. Eché a correr desnuda, a la vista de todos, que no podían entender por qué nadie escogería el camino que yo acababa de tomar. 
Pero yo sí entendía por qué desde hacía tiempo, por mucho que me hubiera empeñado en mirar hacia otro lado, en fijarme solo en la bella imagen que me devolvía el espejo, cubierta de flores y de luz blanquísima. Así que no perdí ni un segundo y me puse el sayo negro (esto también sorprendió a las gentes, que habían esperado maliciosamente verme en breve enfundada en un vestido blanco distinto y peinada con flores de otro color). También me recogí el cabello en la nuca y me cubrí el rostro con un velo; no quise dejar lugar a las dudas.
Me puse a caminar, con la cabeza alta. No necesitaba que nadie más lo entendiera. Yo sabía por qué.