Look what it's done to your friends, their memories are pretend and the last thing that they want is for the feeling to end.

domingo, 6 de julio de 2014

Los gemelos.

"A un parto solo pueden sobrevivir dos, eso lo sabe todo el mundo" solía repetir la abuela Eloísa entre dientes, en un susurro que tenía bastante de gruñido y algo también de juramento. De tanto decir aquellas palabras, terminaron por perder su significado y convertirse en un simple mantra que repetía la mujer como para conjurar los males. Decía la frase nada más despertarse, antes de dormirse, casi a modo de oración, y también como respuesta a cualquier pregunta. "¿Queda pan, Abuela?" y Eloísa repetía la consabida frase.
Los gemelos nunca preguntaron a qué se refería la abuela a pesar de que repitió esas palabras todos los días desde que ellos nacieron, probablemente porque estaban tan acostumbrados a ellas como al tintineo de los cascabeles que colgaban de su cuna o al crujir de la madera del suelo bajo su paso acelerado. Tampoco preguntaron por qué todo el mundo los conocía como "los titiriteros" a pesar de pertenecer a una familia de granjeros ni por qué cuando los llevaban a misa los domingos las viejas les echaban sal en la cabeza. Por quien sí preguntaban era por su madre, a quien no habían conocido. "Vuestra madre está en el jardín". Los gemelos tardaron cierto tiempo en darse cuenta de que Eloísa quería decir enterrada en el jardín, el mismo tiempo que tardaron en comprender que,  igual que la abuela era Eloísa, los otros niños del pueblo eran alguien, tenían una palabra especial para cada uno. "Esa palabra especial que decís es un nombre", les dijo la abuela Eloísa. 
Los gemelos nunca tuvieron nombres y se criaron huérfanos, arrullados por la misteriosa frase de su abuela y como una única entidad. Como siempre habían sido "los gemelos", siempre fueron juntos a todas partes, hicieron las mismas cosas, dijeron las mismas frases, primero como una respuesta lógica pero impostada a la indivisibilidad que se desprendía del modo en que los llamaban y finalmente como una norma que adquirieron e hicieron natural hasta el punto de pensar lo mismo, soñar lo mismo o enfermar a la vez. En una ocasión, caminando junto a la orilla del río, se resbalaron (a la vez, como siempre sucedía), pero solo uno cayó al agua, sin embargo, su hermano no pudo ayudarle, porque empezó también a ahogarse y a escupir agua retorciéndose sobre la tierra. De no ser por el hombre que salvó al gemelo que había caído, ambos habrían muerto juntos, como nacieron y vivieron. Una mujer que estaba lavando ropa cerca y había mirado impasible a los niños ahogarse se acercó al que los había salvado y, llenándole las manos de sal, dijo: "Mejor habría sido que hoy no hubieses salido de la cama y hubieses dejado que pasara lo que debió pasar hace años".
El día que los gemelos cumplieron doce años despertaron a la vez, como siempre, y atraídos por una melodía que solo ellos podían oír fueron con pasos sincronizados a la habitación donde dormía la abuela Eloísa. "A un parto solo pueden sobrevivir dos, eso lo sabe todo el mundo". Se sentaron en el borde de la cama y vieron como de la boca de la abuela, cada vez que repetía la frase en sueños, salía una niebla blanca y licuada.
La niebla los envolvió y los transportó a otro tiempo, uno en el que la tierra no estaba cubierta de polvo. En la plaza del pueblo había una carpa de colores brillantes, a la entrada reconocieron a su abuela, pero más joven, con la sonrisa fresca y vestida con mallas y purpurina. Todo el pueblo hacía cola para comprar las entradas al espectáculo y miraba embelesada a los feriantes, que se paseaban frente a la carpa con sus trajes ajustados y los ojos pintados de colores vivos.
El espectáculo era maravilloso, había caballos, malabaristas, fieras, mujeres contorsionistas, hombres de fuerza increíble y acróbatas; todos eran presentados por la abuela Eloísa, la orgullosa matriarca de los titiriteros. El último número era el más esperado, aquel del que todo el mundo había oído hablar, la muchedumbre se agolpó en las salidas de la carpa siguiendo las instrucciones de Eloísa. Fuera, la niebla había cubierto el suelo como un manto de nieve y había empezado a lloviznar. Mientras la gente se colocaba en el exterior según indicaban algunos de los acróbatas que ya habían actuado, como delataba el intenso olor a sudor que se filtraba a través del tejido elástico de su ropa, unos hombres tensaban una cuerda a unos cinco metros del suelo entre dos postes.
La multitud se quedó muda cuando llegó la funámbula, que iba vestida con mallas plateadas y una camisa blanca de hilo suficientemente amplia para abarcar su abultado vientre, que parecía a punto de reventar. La volatinera tenía el pelo rojo brillante trenzado a ambos lados de la cabeza en porciones exactas, un solo cabello de más en una de las trenzas podía ser suficiente para desequilibrarla en su ejercicio. La pelirroja se encaramó a uno de los postes con mucha más agilidad de la que se supondría a una mujer tan avanzada en su embarazo y trepó hasta lo alto, donde había un pequeño refugio desde el que saludó a la gente, a la que en realidad no veía por culpa de la niebla, que sin embargo sí permitía al público admirar la actuación. La funámbula comenzó a caminar por el alambre tensado con decisión, con los brazos estirados, muy erguida, como si su impresionante barriga no pesase en absoluto, con la mirada fija en el horizonte y segura de su habilidad.
Cuando estaba justo a la mitad del recorrido, una ráfaga de viento hizo volar una de las trenzas cobrizas de la funámbula, de modo que una trenza quedó apoyada en su pecho y la otra en su espalda. Esto fue suficiente para que perdiera el equilibrio y se precipitara al vacío. La multitud soltó un grito ahogado y todos los titiriteros corrieron hacia la pelirroja, que había desaparecido en la niebla. Fue Eloísa quien la encontró, tumbada de espaldas sobre el suelo, justo debajo del alambre, aún con los brazos estirados. No había sangre, parecía dormida, pero lo más sorprendente era que no tenía el vientre redondo y enorme, sino completamente plano; la camisa estaba desabrochada hasta la mitad y en cada pecho tenía un niño recién nacido. Los gemelos estaban dormidos, mamando del cuerpo sin vida, limpios y con el cordón cortado y atado.
La gente del pueblo y los artistas estaban maravillados, sin saber qué hacer, algunos pensando que la madre aún estaba viva, otros convencidos de que los tres estaban muertos, pero ante todo incapaces de comprender cómo era posible que algo así hubiera sucedido. Eloísa fue la única que no pareció sorprenderse, sin esperar a que llegara el médico separó a los críos del cuerpo aún tibio de su hija y se los llevó hacia su carromato diciendo: "A un parto solo pueden sobrevivir dos, eso lo sabe todo el mundo".
La abuela Eloísa abrió los ojos de golpe y se encontró frente a frente con aquellos mismos gemelos que había llevado en brazos solo unos segundos antes. Los gemelos la miraban fijamente, cada uno a un ojo y ella supo que habían visto lo que había pasado en su sueño. Se levantó deprisa, los vistió, les preparó un hatillo idéntico a cada uno y los llevó a la linde del bosque. "Si la gente del pueblo se entera de que podéis entrar en los sueños, dejará de conformarse con echaros sal en la cabeza".
Eloísa miró a los gemelos y estuvo tentada, como tantas otras veces, a decirles sus nombres, esos que les habría puesto su madre si hubiese vivido, pero finalmente no lo hizo. Sabía que darles nombres los separaría de nuevo y sabía también que tan cruel como había sido forzar que vivieran como un solo ente sería dividirlos entonces. Los gemelos ya habían pasado la edad en la que se aprende a vivir con uno mismo y empezar a ser dos supondría una amputación que probablemente no sobrevivirían.
Los gemelos miraron una última vez a la abuela Eloísa, que ya no era solamente aquella anciana de cara seria que siempre habían conocido, sino que era también la mujer sonriente que había dirigido el circo y que habían conocido en el sueño. Luego, se dieron la vuelta a la vez y echaron a andar, juntos, como siempre, conscientes de que jamás sabrían sus nombres ni volverían a la tierra en la que habían nacido de forma milagrosa.

1 comentario:

  1. Hacía mucho que no leía una historia así. Me encantan tus relatos, me engancha su realismo mágico y no poder anticiparme a lo que vendrá después. Pobrecitos, tiene que ser difícil vivir sin nombre y depender de otra persona... Cada uno es la mitad de un todo. ¿Crees que sobrevivirán?

    Has vuelto :)

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