Entonces el cielo se abrió y cayó un rayo resplandeciente; un chorro de electricidad dorada que me entró en el pecho abriéndose paso a través de mis costillas y, una vez dentro, emitió una potente luz que iluminó el mundo entero.
Inmediatamente, la luz se extinguió como si nunca hubiera existido y todo volvió a sumirse en las sombras.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y empecé a reírme como una histérica.
La luz había durado apenas un segundo, pero en ese breve instante había podido ver por fin que aquella llanura interminable estaba surcada por un sendero y que en el horizonte se atisbaba por fin la costa.
Había encontrado el camino.
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