Yo me sentía como una balsa dulcemente mecida por un mar que, después de tantas tempestades, por fin está en calma. Me había resuelto a no seguir buscando constelaciones de lunares y a simplemente disfrutar del sosiego del momento.
Miré uno a uno los rostros de mis amigos, esa nueva familia que me arropaba y nada sabía de mi pasado, y entonces, inopinadamente, me brotó una gardenia del pecho.
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