Querido Francesco:
Ahora, en la serenidad del blanco de la lluvia débil, pienso desapasionadamente en la injusticia inherente de la vida. Se han vertido ríos de tinta, se han escrito kilómetros de renglones y millones de pliegos, se han llorado infinitos duelos y se han gritado innumerables elegías sobre este tema, lo sé, pero no deja de fascinarme.
Me doy cuenta de que todos estamos aquí por obligación y todos consideramos que no hemos tenido suerte y que no merecemos lo que nos ocurre. Todos tenemos nuestros vicios y virtudes.
Estamos perdidos, pero solo la noche y la tragedia lejana y desconocida parecen mostrarlo. Aquella noche negra de difuntos en la que se apagaron los ojos de quienes solo eran culpables de no ser lo suficientemente fuertes, nos vi a todos perdidos.
Vi las frustraciones, los deseos insatisfechos, la amargura de la pérdida, la autodestrucción de quien se odia por haber fracasado, las ruinas, la necesidad desesperada, la inseguridad y el miedo con la claridad que solo da observar a quienes conoces despojados de su aspecto habitual. El disfraz elimina lo accesorio y deja lo esencial al descubierto.
No fue un baile de disfraces, fue un baile de desnudos. Y, como ocurre siempre que nos quitamos la ropa y mostramos nuestros cuerpos, nos dimos cuenta de que somos todos iguales. Aunque en este caso la desnudez fuese el disfraz.
No solo vi las miserias de los demás, también pude ver las mías con claridad. Descubrí que sí, que lo de la noche de la vanidad fue un error, que no debí haberme dejado llevar de esa manera tan irreflexiva, pero que a la vez fue ese error el que me permitió darme cuenta de que no he perdido el norte, de que sigo siendo yo, la de siempre. Darme cuenta de mi error me confirmó que estoy en el camino adecuado y por eso esa noche de desnudos pude acostarme sintiéndome orgullosa de mí misma. Yo no le soy fiel a ningún principio moral externo, yo solo me soy fiel a mí misma. Y esa noche me demostré que no me he traicionado.
El invierno va a ser riguroso. El mundo parece precipitarse al abismo paso a paso mientras en nuestro microclima cotidiano también tomamos decisiones difíciles. Cada movimiento, cada desvío, cada duda, cada avance ambicioso, cada retroceso despistado durante este invierno marcarán nuestro futuro. Pero no debemos renunciar a vivir. Deberemos demostrar que somos fuertes y algún día podremos decir que nos curtimos en años duros y que si hemos llegado a donde hemos llegado ha sido solo gracias a nosotros mismos, que somos hijos de tiempos oscuros.
Debemos abandonar lo superfluo y lo que sabemos que nos hace mal, lo que no son más que juegos de niños, lo que nos rebaja frente a otros, aquello en lo que tenemos que rendir tributos en carne y en sangre. Solo así lograremos levantarnos fuertes, individuales, reforzados por la adversidad, con la piel áspera pero con los ojos brillantes. Tenemos que ir a lo esencial y abandonar la tentación de la apariencia y lo superficial, los tiempos duros acaban con todo lo que carece de fondo.
No pierdas la esperanza, Francesco, lo lograremos, estoy segura de ello.
Siempre tuya,
Farfalla.
Me intriga ese baile de desnudos. Las últimas reflexiones de Farfalla me han ayudado a mí también, ahora que parezco rendirme a lo superficial y me estoy perdiendo a mí misma. Ahora vuelvo a creer en mí y vuelvo a querer curtirme como hice antes para enorgullecerme de no tomar los senderos fáciles que atraviesan el camino de la vida.
ResponderEliminarEs demasiado tarde para algunas decisiones pero tienes razón, somos hijos de tiempos oscuros.