Fue una fracción de segundo.
Un engaño de mi subconsciente, que cambió posiciones y perspectivas.
Y creí ser una carabela.
Recuerdo cómo el corazón casi se me sale del pecho. Aunque para entonces ya había pasado un segundo y cada barco había llegado a su puerto correspondiente.
Y yo, como siempre, soñando con ser polizón, pero anclada en la costa, observando los navíos zarpar.
Hinchando las velas de libertad.
Y el capitán despidiéndose a lo lejos.
Sonriendo.
Porque no deja nada atrás.
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