William era una estrella que brillaba con la luz de la divinidad, un dios en quien creía de una manera casi blasfema.
Una idealización.
Un modelo que seguir.
Un imposible al que aspirar.
Una batalla perdida de antemano que no despertaba ningún tipo de esperanza que se pudiese ver frustrada después.
Y un día, llegó el eclipse.
Dios murió, como dijo Nietzsche, o mejor, se apagó.
Busqué el planeta que lo había ocultado.
El océano que había consumido el incendio portentoso de la deidad.
El terremoto que lo había ocultado bajo tierra.
La explosión que lo había hecho estallar en mil pedazos.
La materia oscura que lo había cubierto con su manto.
El demonio que lo había derrotado.
Pero no encontré nada de esto.
¿Cómo había podido desaparecer así, sin más?
Una piedra golpeó el suelo yermo y cuarteado. Rebotó una y otra vez hasta llegar a mis pies.
La piedra era la asesina, la que había apagado mi astro, pensé.
Pero me equivocaba.
Apareció un ser, el ser que había lanzado la piedra. El asesino.
No era un dios, un demonio, una fuerza natural, una materia desconocida. Era un hombre.
No mentiré, fui como los fariseos, esperaba una encarnación de un ente superior y encontré un simple igual, como les ocurrió a ellos, que esperaban un Mesías y les llegó un niño.
Un simple hombre.
¿Cómo había acabado con William?
Nunca lo supe, ni lo sé ni lo sabré. Ya no sé ni por qué idolatraba a William. Ya no es un dios. Ya no es nada.
Fue un asesinato total. No quedó ni un rastro de sangre. Nada que enterrar. Ni siquiera el recuerdo.
Fue un asesinato total. No quedó ni un rastro de sangre. Nada que enterrar. Ni siquiera el recuerdo.
Y todo por un David que mató a Goliat.
Ha sido apoteósico.
ResponderEliminarEs muy duro que algo en lo que crees con fuerza desaparezca, dejándote sola. Es uno de los mayores golpes de esta vida, así como descubrir que alguien a quien idealizabas es completamente diferente a aquello con lo que soñabas.
Miau