Look what it's done to your friends, their memories are pretend and the last thing that they want is for the feeling to end.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Tavira

Tenía las yemas de los dedos arrugadas después de varias horas lavando sábanas en el río Gilao. Estaba arrodillada en las escaleras de la puerta trasera de la casa, que daban directamente al río cuando el caudal era suficiente, si no, bajo las escaleras se formaba un peligroso precipicio de varios metros. Las sábanas formaban siluetas ondulantes en el agua cristalina y los peces se paseaban entre ellas como si quisieran jugar. Las sábanas eran de holanda, con puntillas color crema y bordados de motivos vegetales.
Las manos de ella se habían blanqueado de tanto lavar con tosco jabón y de tanto frotar contra los escalones, cuyos azulejos antaño azules estaban visiblemente erosionados. Blancas sus manos, blancos los azulejos.
Cuando hubo terminado, colocó todas las sábanas escurridas en un cesto de mimbre mientras su imaginación volaba hacia canastillas y pañales perfumados, cargó el bulto apoyándolo en la cadera y se incorporó. Se mareó levemente por el movimiento brusco y extendió el brazo que tenía libre instintivamente, en busca de un saliente del que agarrarse. Con la vista nublada y desequilibrada por el mareo como estaba no acertó a sostenerse en ningún sitio y la gravedad la atrajo hacia sí, directamente al Gilao, que estaba en calma. Sin embargo, pese al vértigo que sintió en el pecho y que le indicaba que caía, no cayó en las templadas aguas del río de Tavira, un brazo fuerte la había sujetado por la cintura.
Cerró los ojos con fuerza y, al abrirlos, las nubes negras se disiparon y volvió a ver. Se encontró frente a frente con el señor de la casa, el señor Da Costa. La impresión fue tan fuerte que aflojó la presa alrededor del cesto, que se precipitó al río. Ninguno de los dos se preocupó de la ropa.
- Obrigada
Él la soltó y ella se apartó, abriendo los ojos como platos y visiblemente asustada.
Él la escrutaba con intensidad, intentando obtener la verdad directamente de los ojos negros de la sirvienta, como hacía siempre que creía que ella no lo veía. Y, también como siempre que se daba cuenta, ella apartó la mirada.
La sirvienta se dio la vuelta en un claro amago de marcharse lejos de su señor y su perturbadora presencia.
- Maria.
Ella se volvió y se enfrentó a los ojos del terrateniente, de un profundo color verde parecido al del fondo de un estanque. Una racha de viento proveniente del sur los envolvió, disparando los rizos de Maria hacia atrás, así como la falda de su vestido, que ondeó hacia el norte. La verdad se liberó. La sospecha se transformó en certeza y las fantasías macabras en crimen pasional.
Maria nunca dejaría de ver ese verde profundo y musgoso de los ojos de su señor, que se convirtió en una visión estática y eterna.
El señor Da Costa corrió a la iglesia la mañana siguiente al encuentro con Maria y obtuvo el perdón de la jerarquía donando una importante suma como penitencia por lo confesado al sacerdote, pero no obtuvo el perdón de Dios, que, con ojos llorosos, le dio la espalda.
Los vecinos del pueblo organizaron partidas de búsqueda ante la desaparición de la joven, pero nadie volvió saber de ella.
¿Dónde estaba Maria?
Maria había ido a buscar las sábanas de holanda, y dormía envuelta en ellas con los ojos abiertos fijos en el verde musgoso del lecho del Gilao, que ocultaba el doble crimen. 
La muerte fue la cuna del heredero del señor Da Costa, que durmió dentro de su madre sin llegar a ver la luz.

1 comentario:

  1. ¡Cómo odio a esos hombres que abusan de su poder! Pobre Maria. Debo de ser algo macabra, porque me ha encantado el final.

    Miau :)

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