Hoy por fin no está
el sol impenitente
abrasador
brillante
e impertinente.
El sol de Madrid.
Hoy por fin no me ciega,
no me ilumina seco y devastador,
caliente en enero,
áspero,
insípido
y polvoriento.
El sol de Madrid.
Pero no siento el manto dulce de las nubes
ni el descanso de la vista;
mis manos siguen agrietadas.
Creo que esa bola de fuego abrasador
que ha convertido mi cuerpo en desierto
y mi vida, en días tediosos,
y que me hace soñar con una lluvia de espuma densa que apague el ardor
no está en el cielo.
El sol de Madrid
no tiene la culpa,
El sol que me agosta nació en mi pecho.
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