De niña me daba miedo no existir,
ser el simple producto de la imaginación de otro que me pensara,
de otro que fuera mi dueño y que, por pura desidia,
pudiera reducirme a una sombra que nunca fue.
Ahora sin embargo, tengo la certeza de que existo,
y saberme señora de mi destino me llena de vértigo pegajoso
y me hace pensar que podría acostumbrarme a vivir solo en la cabeza de alguien,
siempre y cuando quien me pensara fueras tú.