No se me olvida que fuiste tú quien me curó, quien me libró de mis fantasmas, quien me guió a la luz invernal.
Desencantaste el vestido negro. Hiciste de mis sombras luces.
Me liberaste de mis múltiples avatares, quitándome con calma una máscara tras otra hasta que aparecí ante ti sin artificios ni disfraces, solo yo, huesuda y vulnerable, toda piel e inseguridades.
Y tú me acogiste sin dudar.
Ya no se trata de ti ni de mí.
Ahora somos nosotros; nosotros riéndonos a carcajadas sentados sobre el pasado, que está muerto y seco.
Muerto, seco y olvidado, el pasado ya no existe.