Aunque hacía calor, aún era primavera.
Y no solo era primavera porque lo dijera el calendario, sabía que era primavera porque sentía la rabia. Esa rabia vibrante y regeneradora que precede a la alegría y lleva a la metamorfosis.
Entonces, en el aire enrarecido que le acariciaba la piel con un tacto de cereza brillante, decidió rasgar sus disfraces y acabar con sus artificios.
Desnuda bajo el sol, echó a correr hacia delante, decidida a no mirar nunca atrás.